El ingreso en una residencia es, a menudo, un momento sensible y cargado de emociones tanto para la persona mayor como para su familia. Se mezclan el nerviosismo, la incertidumbre y, en muchos casos, una vivencia de luto, ya que puede suponer un profundo cambio en las dinámicas familiares y de vida.
En Grup Mutuam, trabajamos este proceso de incorporación desde un enfoque multidisciplinar, con todo el equipo, para que la persona se sienta acogida, segura y acompañada desde el primer momento. Sin embargo, son las gericultoras o auxiliares quienes, en el día a día, se convierten en la figura clave para generar esa confianza y confort.
Son ellas quienes pasan más horas cerca de las personas residentes, las que primero detectan las necesidades, y las que, con tacto y empatía, ayudan a transitar ese cambio vital. Para entender mejor cómo viven este momento las personas usuarias y su entorno cercano, hablamos con Berta Alba , gericultora con más de veintitrés años de experiencia en la Residencia Rubí, siete de ellos como coordinadora de auxiliares.
Berta, ¿qué es para ti ser gericultora?
Para mí es acompañar a la persona residente en todo lo que necesita, ayudando en las actividades de la vida diaria, pero también apoyando emocionalmente y todo lo necesario. Siempre se intenta potenciar la autonomía, por eso me gusta mucho la palabra acompañar, creo que es la que mejor describe nuestro trabajo.
¿Qué emociones observas habitualmente en las personas residentes y sus familiares en el momento del ingreso?
Generalmente, los residentes llegan nerviosos, a veces incluso asustados y con miedo, porque no saben lo que van a encontrar. Desgraciadamente, las residencias de ancianos todavía están bastante estigmatizadas. Creo que, en parte, es porque los medios suelen mostrar sólo los casos de malas prácticas, y no todo el gran trabajo que hacemos.
Además, debe tenerse en cuenta que el perfil de residentes que tenemos tiene una edad media muy alta, de entre 85 y 95 años. Son personas de una generación con una cultura muy cuidadora, que habitualmente se ha hecho cargo de sus padres, madres o suegros, por lo que no está tan familiarizada con la idea de ingresar en una residencia para ser cuidada.
En cuanto a sus hijos e hijas, a menudo les cuesta afrontar que sus padres vayan a vivir a una residencia, e incluso pueden sentir culpabilidad por el rol de cuidados que también ha vivido su generación. Todo ello genera, en ocasiones, un cierto tabú en torno al ingreso, hasta el punto de que algunas personas llegan pensando que sólo estarán temporalmente allí para recuperarse de un problema físico.
¿Cómo ayuda a la persona a sentirse acogida y cómoda?
En primer lugar, ahora utilizamos la palabra incorporación en lugar de ingreso , para evitar un tono demasiado sanitario y hacerlo más cálido. En cada incorporación, la persona usuaria llega acompañada de su familia, y nos reunimos con ellos la trabajadora social, la responsable higiénico-sanitaria y yo, como coordinadora de auxiliares.
Durante este encuentro recogemos información básica para poder dar una atención adaptada: gustos y preferencias en cuanto a comida, hábitos o actividades que le gusta hacer a la hora de acostarse o levantarse, etc. Más adelante, a lo largo de las primeras semanas, se realizan entrevistas más profundas para empezar a recoger su historia de vida .
Después, acompañamos a la persona hasta su habitación, le mostramos las instalaciones y le presentamos el equipo y los compañeros y compañeras. En los primeros días, las geroicultoras estamos muy atentas a la persona recién llegada. Aproximadamente, el 80% de la atención que proporcionamos se basa en el conocimiento que vamos adquiriendo de cada uno. Es lo que nos permite ofrecer una atención personalizada.
Cuanto más sabemos sobre la persona, mejor podemos adaptarnos a sus necesidades. Por eso, al principio, cuando todavía no tenemos esta información, es fundamental observar, escuchar, y por lo general estar muy presentes para ayudarla a sentirse bien acogida y que pueda expresar lo que quiere.
La comunicación es fundamental, tanto la verbal como la no verbal: siempre intentamos aportar calidez hablando con ternura, respeto y tono suave. Además, la experiencia también te hace saber qué necesita cada persona: cuando hay que cogerle la mano, preguntarle algo… ¡Las geroicultoras desarrollamos un sexto sentido para captar qué necesita cada persona!

¿Tienes alguna experiencia que te haya marcado?
En ocasiones, las personas te sorprenden. Entre las últimas incorporaciones se encuentra el caso de una mujer que anteriormente había sido usuaria del centro de día. Era muy introvertida y no le gustaba participar en las actividades, así que desde el equipo pensábamos que le costaría adaptarse a la residencia. Por eso, antes de entrar a vivir, le enseñamos la planta y le presentamos a sus compañeros.
Pues bien, esta mujer ha hecho un cambio radical: se ha adaptado perfectamente, ha hecho amistad con la compañera de habitación y el resto, se la ve mucho más extrovertida y participativa, ¡e incluso ha cambiado su manera de vestir! Cuando vivía en su casa, siempre llevaba falda y blusa de los mismos colores. Ahora lleva pantalón y viste de forma mucho más variada.
¿Qué retos o dificultades te encuentras en este proceso y cómo los afrontas?
El principal reto es conseguir que cada persona se sienta como en casa, acogida y tranquila. Pero esto no es siempre fácil, sobre todo en casos de personas con trastornos de conducta o problemas psiquiátricos. En ocasiones se generan situaciones complejas que requieren mucha paciencia, empatía y estrategias adaptadas para acompañarlas de la mejor manera.
Además, a menudo no disponemos del tiempo necesario para poder escuchar y acompañar cómo quisiéramos. El perfil de las personas que ingresan cada vez tienen más edad y deterioro físico y cognitivo, lo que hace que las necesidades sean más complejas y demandantes.
¿Qué te gustaría que la sociedad supiera sobre el trabajo de las geroicultoras?
Me gustaría que se reconociera el gran valor que tiene ese trabajo. A menudo, ni siquiera nosotros mismos nos lo acabamos de creer, y eso forma parte también del problema. Tenemos una enorme responsabilidad: somos las profesionales que pasamos más horas con los residentes, que los conocemos mejor, y que llevamos a cabo las tareas más exigentes, tanto física como emocionalmente.
Nuestro trabajo requiere de muchas habilidades y conocimientos. No todo el mundo sirve para cuidar, y creo que es fundamental que las profesionales estemos bien formadas, porque estamos junto a las personas en situaciones muy delicadas.
También existe una falta importante de recursos. Trabajamos con ratios que hacen difícil ofrecer toda la atención que las personas necesitan. Esto genera mucho desgaste, una alta rotación de profesionales y bajas laborales. Tengo compañeras que han decidido marcharse, aunque amar su trabajo, porque no podían más. Por eso, es necesario un cambio de mirada, más apoyo institucional y más reconocimiento social. Cuidar debería ser una tarea digna y valorada.